Por: Carlos Hernández
Cada 3 de diciembre, el mundo dedica un día a reflexionar sobre el papel de las personas con discapacidad en la sociedad. Pero esta reflexión no debería quedarse en una fecha específica, sino ser un recordatorio constante de que todos, sin importar nuestras capacidades, somos parte fundamental del tejido social.
Vivir con discapacidad es una experiencia que transforma, no porque sea algo extraordinario, sino porque implica adaptarse continuamente a un entorno que muchas veces no está diseñado para todos. Desde lo más básico, como la accesibilidad en las calles, hasta lo más complejo, como el acceso equitativo a oportunidades educativas y laborales, las personas con discapacidad enfrentamos desafíos que podrían evitarse con un enfoque más incluyente.
En mi caso, vivir con una discapacidad física me ha enseñado a valorar la resiliencia, la creatividad y el apoyo comunitario. He encontrado propósito en la educación, en la comunicación y en el trabajo por mi comunidad, pero eso no significa que no haya barreras. Muchas veces, esas barreras no son físicas, sino sociales. Están en los prejuicios, en la falta de empatía y en sistemas que aún no consideran a las personas con discapacidad como una prioridad.
La inclusión no es un favor que nos hacen. Es un derecho que, como sociedad, estamos obligados a garantizar. Porque cuando rompemos las barreras —sean físicas, sociales o culturales— no solo abrimos puertas para las personas con discapacidad, sino que construimos un mundo más equitativo, donde todos ganamos.
Por eso, en este Día Internacional de las Personas con Discapacidad, quiero invitarte a reflexionar y a actuar. Desde escuchar las experiencias de quienes vivimos con discapacidad hasta trabajar en soluciones concretas que nos incluyan a todos. La inclusión comienza cuando dejamos de ver la discapacidad como una limitante y empezamos a verla como parte de la diversidad que enriquece nuestra humanidad.
Hoy y siempre, recordemos: no hay verdadera justicia sin inclusión.
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