Ni guerreros ni angelitos: personas, con todo lo que ello implica
Más allá de las etiquetas
En el discurso social sobre la discapacidad, es común que la narrativa oscile entre extremos: por un lado, la figura del “guerrero incansable” que inspira por su resiliencia; por otro, la del “angelito” o “ser especial” cuya vida se idealiza y se despoja de matices.
Ambos relatos, aunque a veces nacen de buenas intenciones, terminan deshumanizando. Porque las personas con discapacidad no son símbolos ni metáforas: son personas, con virtudes y defectos, con días luminosos y días grises, con logros y tropiezos como cualquiera.
La discapacidad no define tu valor
Tener una discapacidad no determina por sí mismo el valor social de una persona. No convierte a nadie automáticamente en un ejemplo moral, ni lo condena a la pasividad.
Lo que nos define es la forma en que actuamos, la manera en que tratamos a los demás, las decisiones que tomamos y el sistema de valores que asumimos en el rol que desempeñamos día a día.
📌 Frase clave: “La dignidad humana no se gana: es inherente.”
Evitar la trampa de la meritocracia absoluta
No se trata de caer en el pensamiento de que solo “vale” quien produce, lidera o transforma. Esa visión ignora las barreras estructurales y olvida que todas las personas, sin importar su nivel de productividad o sus aspiraciones, merecen respeto y reconocimiento.
La dignidad no depende de medallas, logros o aplausos. También hay valor en quienes eligen —o necesitan— vivir de forma tranquila, sin ser agentes visibles de cambio. Y eso está bien.
Respetar todas las formas de vivir
El respeto genuino implica aceptar que no todas las personas con discapacidad quieren o pueden encabezar causas. Algunas optan por centrarse en su bienestar personal, en su familia o en su comunidad más cercana.
Esa elección no es menos válida. La diversidad de caminos es parte de la riqueza humana y reconocerlo es clave para construir una sociedad más justa.
El derecho a ser uno mismo
El desarrollo libre de la personalidad, un derecho humano reconocido internacionalmente, es el que nos permite decidir quiénes queremos ser y cómo queremos vivir.
Este derecho protege la libertad de no ser encasillado por una condición, una etiqueta o una expectativa ajena. Reconoce que la vida de cada persona es suya y que nadie debería dictar el guion que debe seguir.
Un cambio cultural necesario
Ni héroes forzados, ni eternas víctimas, ni figuras angelicales: personas completas, con luces y sombras, con historias propias y dignidad intrínseca.
La verdadera transformación cultural llegará cuando dejemos de narrar la vida de las personas con discapacidad como si fueran personajes secundarios y empecemos a escucharlas, respetarlas y reconocerlas como protagonistas de su propia historia.
💬 Reflexión final:
La discapacidad no es el centro de nuestra identidad. El respeto, la libertad y la dignidad sí lo son.
✍️ Columna escrita por: Carlos Hernández, con la asistencia editorial de Roberto (IA)
📅 Fecha: 8 de agosto de 2025

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